“Una mirada desde el aprendizaje experiencial”
La pandemia, la escuela, las clases, las tareas, los contenidos, la organización familiar, los docentes, el trabajo, la economía, la tecnología… ¿Y los niños? ¿Se habla de los niños, niñas y jóvenes en tiempos de cuarentena?, ¿Se habla de sus derechos, de sus necesidades? ¿Se escuchan sus voces?, ¿Están en escena?
Me gustaría comenzar con algunas reflexiones, trayendo ejemplos de escritos, dichos, posteos que se comparten de forma repetida en estos días: «No hay urgencia de contenidos, no se puede crear una escuela en la casa», “¿Cómo hacemos para convertirnos en maestros, además trabajar y cuidar de los niños”, “No es tiempo de escuela es tiempo de vínculos»; «La familia educa, la escuela enseña, no hay urgencia por enseñar»… Los analizo y se me presentan interrogantes, como qué entendemos por contenidos, qué decimos cuando decimos enseñar y cuando decimos educar; ¿acaso son dos cosas diferentes? Cuando hablamos de escuela, ¿no hablamos de vínculos? ¿De quién es la urgencia académica?
Mi invitación es a pensar en estos interrogantes. Pareciera que todos nos referimos a lo mismo pero me doy cuenta que no, entonces pienso cuántas antinomias puede generar el lenguaje. Las formas de expresar y decir pueden cambiar el sentido, las direcciones y también las interpretaciones. Necesitamos ir a la esencia de estas creencias que parecieran de sentido común pero no lo son.
Me gustaría comenzar con una palabra que comúnmente la podemos pensar como propiedad de la escuela: «los contenidos». ¿Acaso no son los contenidos una abstracción de la propia realidad? ¿No son aquello que queremos mostrar, enfocar, hacer más visible de la vida misma? Si no fuera así, ¿qué sentido tendría enseñarlos en la escuela? Si la escuela fuera algo diferente a la vida, ¿cuál sería su propósito?
Contenidos son aquello que ponemos en frente de los niños y niñas; aquello que deseamos destapar y hacer más visible y tangible de la vida misma o de las abstracciones que hagamos de ella. Contenidos son valores, son haceres, son creencias, y todo ello, ¿no es parte también de la crianza y de la educación en casa?
Desde la filosofía del aprendizaje experiencial, los contenidos están en un momento de juego, un momento de cocina, un momento de charla, de miradas, de cuentos, de poesías, de lecturas, de escucha de noticias y podría nombrar miles más. Sólo que desde la escuela los contenidos se desmenuzan a los fines de organizar esa realidad, determinar la necesidad y la situación de enseñanza-aprendizaje, enfocándola hacia un propósito.
Entonces me pregunto nuevamente ¿las experiencias en sí mismas no son una situación de aprendizaje? ¿No son una situación de enseñanza?
Yo les cuento que aprendí a cocinar, lo poco que sé, de ver, escuchar y de hacer junto con mi mamá, de probar, de ensayar, de improvisar con ingredientes que tenía a disposición. No tenía en la cocina un pupitre y un cuaderno, sin embargo, aprendí mucho más que estando estudiando o repitiendo recetas de memoria. Cocinando entendí que podía aprender de mi propia experiencia, a reflexionar sobre ella, a encontrarle significado, a relacionarlas con otras experiencias, a sacar conclusiones. Aprendí a ponerme objetivos y desafiarlos (motivación), a crear con lo que no había (creatividad), a fraccionar cosas (matemática), a combinar elementos y mezclas y observar qué sucedía (ciencias), a jugar con la masa e inventar nuevas formas de hacer tarta cuando sólo tenía una masa (arte), a buscarle formas a las galletitas poniéndoles boca y ojos (juego), a compartir la mesada con otro (convivencia), a crear mi espacio (subjetividad), a transitar mis emociones cuando tenía percances y las cosas no salían de acuerdo a mis expectativas o a las de mi madre (gestión emocional).
Cualquier docente de cualquier nivel y cualquier persona con sentido común podría descifrar una pila de contenidos en esa experiencia de cocina, sólo que en este caso mi madre no había preparado una planificación escrita con objetivos y contenidos de enseñanza. Aunque sí estaban claros cuáles eran los valores y experiencias que ella quería que yo aprenda para la vida. ¿Entonces me pregunto, cómo es eso que hay dejar los contenidos para cuando se vuelva a la escuela? ¿Acaso esto no es contenido, no es enseñanza, no es aprendizaje, no es educación en valores, no es conocimiento?
“El conocimiento no es algo separado y que se baste a sí mismo, sino que está envuelto en el proceso por el cual la vida se sostiene y se desenvuelve”
John Dewey
Tal vez, sólo sea cuestión de tomar conciencia que lo mucho que enseñamos y aprendemos en las experiencias de cada día, casi sin darnos cuenta.
Los que defendemos el aprendizaje experiencial como matriz, defendemos la teoría que aprender es transformar una experiencia en un conocimiento adquirido, a través de la reflexión que podamos hacer de ella. Mientras más profunda sea la reflexión, mientras mayor sea el estado de consciencia que podamos poner en ella, más significativo será el aprendizaje que nos llevamos. El aprendizaje experiencial es la forma más natural de aprender, es la forma más humana que conozco.
Mi reflexión de hoy es darnos el permiso de re-pensar, de pensar de nuevo, algunos significados, escritos, creencias, acerca de estos temas, a qué nos referimos cuando decimos contenidos, enseñanza, educación, escuela, casa, vínculos, tareas.
Tal vez el problema sea que seguimos repitiendo, naturalizando, lemas, escritos, posteos como si fueran verdades absolutas, sin cuestionarnos qué intención llevan detrás, cuál es la creencia que habita en ese dicho, cuáles son los mandatos que seguimos repitiendo. Tal vez sea porque eso sí era un contenido fuerte de la educación que muchos recibimos en nuestra infancia: acatar, repetir, replicar. No eran tiempos de reflexiones ni opiniones; todo era siempre como el maestro o los padres decían y «sin contestar». ¿Será que hay algo de esto que sigue operando en nosotros sin que nos demos cuenta?
Seguimos hablando por ejemplo, de tareas, como una manera de aprender, lamento la decepción para muchos, pero quiero decirles que los deberes no sirven para construir aprendizajes significativos, y eso no es lo más grave, sino que ocupan un tiempo y un espacio en la vida de los estudiantes que quitan posibilidades de pensamiento crítico, de reflexiones, de creatividad, de invención, quitan tiempo de compartir, de convivir, quitan tiempo de haceres, quitan tiempo de juegos, quitan la posibilidad de aprendizajes verdaderos, de construcción de conocimientos, de significado.
Las tareas le sacan al niño la pasión por aprender, por aventurarse, por descubrir, por jugar, por soñar, lo vacían de sentido, le quitan la posibilidad de enamorarse de la lectura y escritura como proceso artístico, creativo y emancipador. Los deberes le quitan sentido al aprendizaje y lo convierten en una obligación tediosa, repetitiva, que separan el aprendizaje de la vida.
“La educación no es una preparación para la vida; la educación es la vida misma”
Jonh Dewey
Son tiempos para repensar y volver a comenzar, con debate pero sin violencia, con palabras y respeto, llegó la hora de poner a los niños y a las niñas en el centro de la escena. Porque mucho se habla de tareas sí tareas no, educación virtual sí educación virtual no, pero poco se habla de qué necesitan los niñ@s como sujetos de derecho, como seres integrales, como ciudadanos, en este tiempo de pandemia.
Mi mensaje, en medio de esta crisis es no hacer pandemia de quiebres, de grietas, de rupturas entre la escuela y las familias. Al fin y al cabo, tal vez solo se trate de sincerarse, de decir sin herir, de reconocer al otro, de entender, de no pedirle a la escuela más de lo que la familia puede dar, no pedirle a las familias más de lo que la escuela puede, y sobre todo no pedirle a los niñ@s cosas que los adultos no podemos en esta cuarentena.
Creo que llegó la hora de mirar al otro de la misma manera que quiero que me miren a mí para, por fin, unir el camino de la educación escolar y la educación familiar. No pueden reemplazarse una a la otra, pero tampoco son antagónicas; necesitan caminar juntas de la mano, en pos de una educación respetuosa, consiente, saludable, integral y amorosa que acompañe la vida de niños, niñas y jóvenes, y respete sus derechos.
Quiero una vez más, apelando a la voz de la filosofía de la educación experiencial, que es la base de la pedagogía Eureka y mi propia filosofía de vida, colaborar a desterrar las dicotomías de cosas que no son separables. Las personas, lejos de ser una sumatoria de órganos, somos seres integrales y sociales por naturaleza.
Grito por la unidad entre mente y cuerpo, aprendizaje y emoción, escuela y vínculos, teoría y práctica, contenidos y realidad, enseñar y educar, educación familiar y educación escolar, educación y vida, educación y humanidad.
Tiempos de volver a lo importante, tiempos de poner a los niños, niñas y jóvenes en el centro de la escena, de escuchar sus voces, sus necesidades, tiempo de derechos, tiempos de dar de nuevo, tiempos de cambio, de transformación, de oportunidades, de volver a encontrar y revalorizar el sentido de la escuela.
Mucho por hacer, mucho por pensar, mucho por enseñar y sobre todo mucho por aprender en esta cuarentena.
Liliana De la Calle
Docente, estimuladora temprana, y facilitadora en educación experiencial
Co-creadora y directora del Método Educativo Eureka
Directora general de los Centros Educativos Eureka
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